miércoles, 20 de abril de 2011

Jesús Nazareno Rey de los Judíos

Durante estos días es bueno reflexionar sobre los hechos acaecidos en torno a la figura de JESÚS e intentar comprender cómo vivió estos momentos de la pasión. Es difícil, o casi imposible, meternos en su piel, si bien, esto nos ayudará a comprender y entender un poco mejor por qué Jesús acepta sin dudar tanta humillación con el único fin de salvar a toda la humanidad.
            Nos metemos de lleno en la Semana Santa, de alguna forma hemos de reflexionar y razonar en torno a todo lo ocurrido en aquellos días. No todo es alegría y diversión en torno a la Romería que es lo que hace que nazca este blog, pensemos  ante todo  primero que  la Virgen (bajo la advocación de la Cabeza), fue pilar fundamental en la vida de Jesús, Ella sufrío más que nadie los momentos de la Pasión. Os invito pues, a que la oración salga de vuestros corazones durante estos días, de esta forma, todos juntos, ayudáremos a Cristo a soportar el peso de la cruz al igual que ya lo hiciese el cireneo.


“... os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado.”

Aquel Jueves Santo, Jesús derrochó todo su amor con la institución de la Eucaristía. A sabiendas de que aquella sería su última cena en este mundo, no quiso dejarnos solos y bajo las especias del Pan y el Vino estaría con nosotros para siempre; este es el día del amor fraterno, de la obediencia, de la humildad.

            ... salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí Él y sus discípulos.”




Aquella noche Pascual, Jesús se aparta para orar entre los olivos de Getsemani. El hombre solo cae abatido y comienza a sentir miedo, se siente triste y con los brazos implorantes pide “Pase de mí este cáliz, pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras Tú”, el sentido de la obediencia a Dios Padre y su confianza en Él lo dicen todo. 

    

        Mientras tanto, los discípulos dormitaban bajo los olivos, ni tan siquiera fueron capaces de velar una hora. El momento había llegado y uno de los doce se acercó y lo besó, Judas acababa de entregar al Maestro que fue conducido ante el sumo sacerdote; allí trataron de buscar cualquier testimonio para darle muerte, pero no lo encontraron.




Al amanecer, reunidos los sumos sacerdotes con los ancianos, los escribas y el Sanedrín ataron a Jesús y lo condujeron ante Pilato.

            ... y dijo  a los judíos: Aquí tenéis a vuestro rey. Ellos gritaron: Fuera, fuera, crucifícalo. En medio del griterío Pilato se lo entregó para que lo crucificaran.”

            Esta condena, por unos hechos tan poco fundamentados, que se realiza contra Jesús, si ocurriese en los días de hoy no habría llegado a efecto por falta de pruebas, o quizás si, estaba escrito y Jesús acepto humildemente lo que el Padre le tenía reservado.


En aquel tiempo, todo condenado a pena de crucifixión debía cargar con la Cruz, así era ordenado tanto por la ley hebraica como por la romana. Éste, según la costumbre judía, llevaba la Cruz en pleno día por los lugares mas frecuentados para que fuese visto por la gente y su castigo sirviera de ejemplo a los demás. Delante del reo iba un heraldo que narraba, con voz fuerte, el crimen del condenado, o enunciaba el motivo de la condena mediante una cartela.
            Según la costumbre romana, al frente de la comitiva iba un centurión a caballo o a pie, vestido con traje de campaña o con el yelmo y la loriga de escamas. Este centurión (exactor mortis o suplicio prepositus) mandaba sobre cuatro soldados y en los casos que se temía algún incidente grave motivado por la personalidad del reo, se aumentaba su número.
En el caso de Jesús debían ser más de cuatro los soldados que lo custodiaron, imaginemos pues el paso de Cristo sobre las once de la mañana (hora tercia), con la corona de espinas y la Cruz a cuestas, su cabeza agachada, sumisa, con docilidad pero a la vez sin humillación, con sentido de aceptación sin ansiar la tragedia.
Es el Viernes Santo, con los primeros rayos de sol sale nuestra Cofradía, el “Nazareno”, Nuestro Padre Jesús camina de nuevo ante su Madre, signos de “Amargura” en su rostro, dolor y  “Soledad”.

            ... Tomaron a Jesús, y él, cargando con la Cruz, salió al sitio llamado “de la calavera” (que en hebreo se dice gólgota), donde lo crucificaron.

Tras reírse de Él e injuriarle, le quitaron el manto púrpura y le pusieron de nuevo sus vestiduras. Después, lo sacaron para crucificarlo; las heridas y los golpes recibidos en la flagelación eran patentes y la corona de espinas, que se la dejaron puesta sólo consiguió que esas heridas se abriesen aún más. De ellas manó todavía más sangre. El hombre ultrajado cargó con el peso de la Cruz e inicio un camino donde todos los presentes pudieron ver lo frágil que era; cerca un discípulo, quizás realizando el primer Vía Crucis de la historia, “San Juan Evangelista” reflejara fielmente aquellos momentos.
Desde el pretorio hasta el lugar donde fue crucificado Jesús tuvo que caminar por las calles de Jerusalén y atravesar la puerta judiciaria. Siguió a través del campo abierto hasta iniciar la subida del Calvario. Ese recorrido se encontraba lleno de gente que entorpecía el lento caminar con la cruz; a los insultos de la muchedumbre se unían también los llantos de algunas mujeres que le seguían llorando y lamentándose por él. Se trataba de personas que, en los múltiples viajes de Jesús a Jerusalén, le habían escuchado y habían comenzado a creer en él. Jesús volviéndose a ellas les dijo:

... Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad mas bien por vosotras mismas y vuestros hijos, porque he aquí que vienen días en que se dirá: dichosas las estériles y los vientres que no engendraron y los pechos que no amamantaron. Entonces comenzarán a decir a los montes: caed sobre nosotras; y a los collados: sepultadnos; porque si en el leño verde hacen esto, ¿qué se hará en el seco?

Estas mujeres le demostraron un gran amor y no dudaron en seguirle. La gran mayoría de sus discípulos no se hallaban presentes en esos momentos, en cambio, sí lo estaba este grupo de mujeres que junto a la Virgen María, no quisieron dejarle solo en momentos tan amargos.
Se encontraban fuera ya de las murallas cuando de manera ocasional se cruzaron con “Simón el Cireneo”. Él no se encontraba entre el grupo que gritaba e insultaba a Jesús, tampoco entre los que le seguían o entre los discípulos, simplemente pasaba por allí en esos momentos y “le obligaron a llevar la cruz”.




Ni tan siquiera sabemos si este hombre sabía a quién ayudaba, quizás los gritos del tumulto le alertaron de quien era ese hombre, pero de lo que sí podemos estar seguros es de que a través de la inscripción que pusieron en la cartela se pudo hacer una idea de la personalidad del reo: “Jesús Nazareno Rey de los Judíos”. Al tomar la Cruz con sus manos, Jesús se fijó en él, y Simón descubrió una mirada triste, un hombre totalmente desecho, derrotado, pero a pesar de todo era una mirada que conmovía. El cirineo no quedó impasible y, de esta manera, mitigó la carga de Jesús hasta que llegaron al Gólgota.






Cuando llegaron al lugar de la Crucifixión, Simón fue testigo de todos los hechos. Allí, seguramente, se enteró de quién era ese hombre al que había ayudado. Presenciar la muerte de alguien que, de antemano, perdonó a los que le estaban matando, fue más que suficiente para intuir la grandeza de Jesús. Fue el comienzo de su salvación, de la salvación de toda la humanidad. 


... Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua.

La pasión y muerte de Jesús es, sin duda alguna, la prueba más palpable del inmenso amor que este hombre derramó por todos nosotros. Desde la Cruz quedó derrotado el pecado y la muerte que tanto daño han hecho al mundo.


. . . Dichosos los que creen y tienen fé en Él, porque siguiendo su camino estarán a su lado.   

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